Gran homenaje a Nikola Tesla

"En realidad, no me preocupa que quieran robar mis ideas, me preocupa que ellos no las tengan". (Nikola Tesla).

Extraordionario inventor. peculiar como persona. Se merece un gran homenaje..

Nikola Tesla había nacido en Smiljan, el 10 de julio de 1856. Nació por tanto en pleno siglo XIX y en los confines del Imperio Austrohúngaro. Cuando ochenta y seis años después murió en Nueva York en pleno siglo XX, el mundo había cambiado enormemente. Y él había tenido mucho que ver en ese cambio.

Nikola Tesla no es uno de esos inventores que le suene a todo el mundo, como Graham Bell o Johannes Gutenberg. Sin embargo, la humanidad tiene mucho que agradecerle por ideas como la corriente alterna, el motor eléctrico (usado por lavadoras, ordenadores y la industria), la radio, el mando a distancia, los fluorescentes o las bombillas de bajo consumo. Nikola Tesla nació el 9 de julio de 1856 en Smiljan (Croacia).

Se dice que la inquietud de Tesla le proviene de su madre, una mujer analfabeta pero que ideó varios objetos que le sirvieron de gran ayuda en sus labores diarias en el hogar.

Tesla consiguió ingresar una ingeniería tras superar una enfermedad, sin embargo, pronto tuvo que abandonar la carrera por problemas económicos que le obligaron a trabajar en una fábrica de telégrafos norteamericana.

El tener que abandonar su vida académica no impidió a Tesla proseguir con su pasión y en 1881, paseando por un parque, plasmó los diagramas de un motor polifásico de corriente alterna sobre la arena. Emocionado con su descubrimiento buscó sin éxito financiación en Europa. Por ello se vio obligado a pedir ayuda a Thomas Alba Edison, quien le contrató en una de sus fábricas de París. En 1888 se trasladó a trabajar a Estados Unidos directamente con él. Comenzó así la Guerra de las Corrientes, en la que Tesla fue ganador pero en la que Edison pasó a la posteridad. A pesar de su contrastada aptitud para la física y las matemáticas, la vida le fue llevando por caminos aleja- dos del mundo académico y eligió trabajar con las manos pero usando la cabeza en las máquinas eléctricas de la época. Ya como competente e innovador ingeniero de éxito, Tesla se trasladó a Paris en 1882, para trabajar en la Continental Edison Company, que se había instalado poco antes en esa ciudad. Para entonces, Tesla ya había concebido la solución a su personal dilema con las dinamos mediante el uso de corriente alterna polifásica. Había sido en Praga, paseando por el parque al atardecer.

En un destello de iluminación había tenido una de sus más intensas visiones, inspirado por un sol rojo intenso en forma de gigante vórtice magnético. Tesla vio en su mente cómo crear un campo magnético giratorio con, digamos, dos bobinas separadas perpendiculares por las que circulaban corrientes alternas exactamente fuera de fase. Él siempre lo había sabido, los conmutadores de las viejas dinamos convencionales de corriente continua no eran necesarios. Era absurdo tener que cambiar los polos magnéticos del rotor mediante escobillas de cobre rozando continuamente sobre el metal. De hecho esa disputa le había costado la enemistad del profesor Poeschl en Graz, donde nunca llegó a acabar la brillante carrera que su genio y su tremenda capacidad de trabajo le auguraban. Después de su visión de aquel motor de inducción, simple y eficientemente movido por un campo magnético giratorio, la mente de Tesla estuvo seducida por la elegancia de la corriente alterna. Sin embargo, nadie parecía ver el potencial de aquellos diseños, ni el alcalde de Estrasburgo cuando Tesla hizo su primera demostración de su motor de inducción ante posible inversores de aquella ciudad, a donde viajó y trabajó para la Continental Company de Edison, ni el propio Edison, cuando pocos años después intentó convencerlo personalmente. En una extraña dicotomía Tesla soñaba en corriente alterna (AC) mientras trabajaba en resolver los problemas cotidianos de la tecnología de corriente continua (DC) imperante en el mundo real. En Estrasburgo remedió los problemas de una planta de generación de energía que la compañía de Edison estaba intentando instalar para la alimentación de la estación de tren de esa ciudad. La corriente continua no se podía transportar grandes distancias sin grandes pérdidas y era por tanto una tecnología que requería la generación local, cercana al punto de consumo.

Tesla empezó a trabajar para Edison como ingeniero y lo hizo bien. Tan bien que pronto se vio involucrado en el rediseño y mejora global de los generadores de corriente continua de la compañía de Edison. Pero las desavenencias con éste no tardaron en aparecer. En primer lugar, porque Edison no estaba dispuesto a dejar de lado su asentada tecnología de corriente continua, su prestigio y sus muchas patentes para hacer sitio a las nuevas ideas y diseños de corriente alterna de aquel recién llegado extranjero. Pero además, Tesla y Edison eran dos caracteres contrapuestos. La ruptura definitiva de su relación iba a llegar por un quítame allá esos cincuenta mil dólares. Se ve que Edison lanzo un reto a Tesla en tono de apuesta, desafiándole a mejorar sus generadores de corriente continua. Cuando Tesla consiguió con su buena dosis de trabajo concienzudo mejorar el diseño técnico y la eficiencia de aquellas viejas dinamos más allá de lo que Edison hubiera podido esperar, resultó que los 50,000 dólares que Edison había mencionado no eran sino una broma. Según parece, Tesla no entendía en absoluto el sentido del humor de los norteamericanos.

Lo cierto es que, a pesar de acabar viviendo en los Estados Unidos los últimos cincuenta y nueve años de su vida, es probable que efectivamente Tesla no llegara nunca a comprender a los norteamericanos; ni su sentido del humor ni su sentido de los negocios. Porque cuando por fin dejó de trabajar para Edison y fundó por primera vez su propia compañía en diciembre de 1884 (Tesla Electric Light and Manufacturing Company), su buena estrella no le duró ni un año. Los inversores de su compañía lo financiaron para que desarrollara un sistema mejorado de iluminación por arco eléctrico, y así lo hizo. Pero lo descabalgaron de su nueva compañía ante su insistencia en la fabricación de motores de co- rriente alterna. Para el pobre Tesla aquel episodio y los dos años que siguieron fueron un amargo infierno. Con tan solo unos títulos sin ningún valor en su poder y habiendo perdido incluso el control de sus primeras patentes, se vio obligado a trabajar como obrero, cavando zanjas incluso, para reunir dinero para su próximo proyecto. Tesla encontró una segunda oportunidad para fundar su Tesla Electric Company y construir su sueño cuando le presentaron a las personas adecuadas. O quizá fue cuando se le ocurrió una adecuada demostración del poder de sus máquinas de AC. o probablemente una combinación de ambas cosas. Lo cierto es que el director de la Western Union, Alfred S. Brown, y el abogado Charles F. Peck quedaron cautivados por la silenciosa elegancia y eficiencia de la demostración de cómo poner de pie un huevo de cobre (el huevo de Colón lo llamó) con una corriente alterna polifásica, por supuesto. El huevo giraba como el rotor de un motor mientras se mantenía en pie gracias al campo magnético giratorio. Tras aquella cautivadora demostración, Brown y Tesla acordaron intercambiar dinero por patentes. Pero la persona más influyente para potenciar el desarrollo del genio de Tesla estaba todavía por cruzarse en su camino. Fue en el año 1888. El 16 de Mayo de ese año Tesla había presentado ante el American Institute of Electrical Engi- neers (hoy IEEE) una comunicación sobre “A new system on alternate-current motors and transformers” y su trabajo llegó a oídos del ingeniero y empresario George Westinghouse que acabó negociando con Brown y Peck la licencia de los diseños del motor de inducción y transformador de Tesla. Westinghouse era un reputado ingeniero e inventor pero a diferencia de Tesla, era también un avezado empresario y estaba interesado precisamente en patentes de tecnologías basadas en corriente alterna. Porque, obviamente, la corriente alterna no la había inventado Tesla, ni tampoco Westinghouse, Numerosos pioneros habían sentado las bases con anterioridad desde 1832. Pero la alianza entre Tesla y Westinghouse iba a ser duradera e iba a hacer posible el reinado de la corriente alterna. Cuando en 1888 Tesla vendió sus patentes de sistemas AC polifásicos a Westinghouse por una buena suma en efectivo, una buena cantidad de acciones y unos royalties de 2.50 dólares por caballo de vapor vendido, la corriente continua llevaba ventaja gracias al desarrollo de partida por parte de Edison. Las calles más céntricas de nueva York ya lucían de noche gracias a la electricidad DC. Pero esta tecnología también adolecía de grandes problemas. El principal era que con los conocimientos de la época no era factible transformar la electri- cidad DC a alto voltaje y la generación debía ser cercana al consumo para evitar las grandes pérdidas que sufría con el transporte a baja tensión. Las calles de Nueva York iluminadas requerían una pequeña central generadora allí mismo, que cubría una zona de acción de unos 800 metros. Esta característica no debió de ser un problema para Edison. Al fin y al cabo, cuantas más centrales generadoras fuesen necesarias mejor le iría el negocio. Pero cuando la nueva compañía de Westinghouse con Tesla como consultor de lujo demostró que era capaz de alimentar una ciudad entera con una planta de generación más grande y remota, el cambio de DC a AC era sólo cuestión de tiempo. La clave era la transformación, relativamente fácil, de la corriente alterna entre baja y alta tensión con la tecnología de Tesla y las pérdidas relativamente bajas (en torno a un 7%) en el transporte a alta tensión. Sin embargo, Edison no iba a rendirse sin presentar batalla. En aquellos años se desató una verdadera guerra con desorbitados intereses en juego que ha pasado a la historia de nuestra evolución tecnológica como “guerra de las corrientes”. Se habían dado diversos accidentes, incluso con resultado de muerte, con corrientes de alta tensión y Edison estaba dispuesto a mostrar la corriente AC como mucho más peligrosa que la DC. Puedes llamarlo marketing, o puedes llamarlo juego sucio, pero los compinches [1] de Edison y en particular su aliado H.P. Brown llegaron a electrocutar diversos animales en su afán por llegar a demostrar que la corriente AC era peligrosa. Tristemente, el único apoyo que Edison brindó a la corriente alterna fue para su empleo en una silla eléctrica que sirvió para electrocutar al asesino convicto William Kemmler, quien tuvo el dudoso honor de sufrir la primera ejecución en silla eléctrica.

A pesar de aquel infausto episodio la corriente AC prevaleció en la guerra de las corrientes y Westinghouse y Tesla medraron sobremanera. En 1893 la Westinghouse Electric ganó el contrato para iluminar la exposición universal de Chicago y se aseguró la construcción de una planta de generación de electricidad en las Cataratas del Niágara que se inauguraría tres años más tarde para abastecer de electricidad a la ciudad de Buffalo a 35 kilómetros. Tanto crecía el mercado de generación, distribución y uso de corriente alterna que quizá la Westinghouse Electric podría haber muerto de éxito. Efectivamente, la generosa cláusula de los 2.50 dólares por caballo de vapor AC vendido pesaba como una losa en los planes estratégicos de la empresa. De hecho, para asegurar la financiación de su empresa, Westinghouse convenció a Tesla para que liberara a la compañía de aquel acuerdo de explotación de las patentes a cambio de comprárselas por una cantidad fija de 216000 dólares. Y Tesla firmó el documento, que tiempo después reconocería como el mayor error de su carrera.


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